Viejo y nuevo orden
José Joaquín Brunner. El Mercurio A3, viernes 13 de agosto 2021
El incordio, esa cosa incómoda, agobiante o molesta que se percibe en nuestra sociedad, responde a que los cambios que ella experimenta son de carácter social y cultural. Es decir, afectan la esfera del poder blando o suave (soft power); esto es, el prestigio de ciertas formas de vida, la influencia de maneras y costumbres dominantes, el estatuto indiscutido de ciertos valores y prácticas; en breve, la autoridad reconocida a determinados grupos.
Todo ello goza de un aura especial. Moviliza respeto, crea aquiescencia y traza límites invisibles. Distingue clases y estratos, buen gusto, formas de honor. Crea lazos intangibles de afinidad. Los rangos, dice un personaje de Shakespeare, hacen posible el orden; en su ausencia suceden confusión y discordia.
Chile vive actualmente un generalizado cuestionamiento de los órdenes simbólicos y sus jerarquías asociadas. Un tiempo de rebelión de masas, evidente en la educación superior-universidad para todos-, emancipación de la mujer -fin del patriarcado-, irrupción del pueblo al poder político -Convención Constituyente-y el acceso de la interculturalidad al lenguaje oficial. Hay un trastrocamiento de rangos y redistribución del honor. «Desde ahora me van a decir Machi, con respeto», es la frase que mejor condensa el cambio de nuestra escena shakespeareana.
Sociológicamente, puede argumentarse, la lucha de clases llegó a la cultura. Se confunden las banderas, surgen nuevos ritos y rondas, se imponen estándares hasta ayer desconocidos, lo de abajo aparece arriba y lo de arriba se viene al suelo.
Para los incumbentes de la cultura impugnada, la situación es asombrosa, extraña, dolorosa; sienten amenazados, en palabras del bardo inglés, la primogenitura y el rango de nacimiento, las prerrogativas de la edad, laurel, cetro y corona, y el respeto al lugar debido. De pronto, su biografía, convicciones éticas, apreciaciones estéticas, privilegios, dignidad y sentimientos son atacados, cuando no funados o cancelados.
Por el contrario, partes del pueblo, la masa o la calle, quizá por primera vez, se sienten transportadas por la ola de la historia a un nuevo plano de expectativas que abre vistas hasta ayer desconocidas. Se llenan de esperanzas e ilusiones; perciben, desde ya, integrar una comunidad imaginada con mayor dignidad e igualdad de reconocimientos.
Puede ser equivocado, pues, como enseña Tocqueville, la anticipación de la igualdad nunca se concreta, a causa de que el deseo de ella se hace más insaciable a medida que la igualdad es mayor. Pero es un movimiento que hace circular los signos del poder.
Como sea, estas olas de la historia traen consigo, a poco andar, nuevos rangos y jerarquías, barajando a las personas y cosas en un orden diferente de posiciones y posibilidades, de respetos y ventajas.