Por otra parte, pobladores “incómodos”, dirigentes contestatarios, movimientos sociales, trabajadores y trabajadoras han sido, durante mucho tiempo, invisibilizados.
Una tarde de junio de 1970, Roberto Lebegue salió de su casa, una mediagua en el Campamento “Liberación” ubicada en Av. Victoria con O´Higgins, dirigiéndose a la Plaza de Maipú.
En esos años, se llamaban “plazas” a los jardines ubicados delante de las desaparecidas municipalidades, comisarías de carabineros y algunos servicios públicos. La plaza de Maipú estaba en la esquina sur poniente de Pajaritos con Cinco de Abril, donde hoy existe un centro comercial y un supermercado.
Roberto al llegar a su destino se percató de una algarabía organizada. Se integró al grupo de hombres y mujeres que escuchaban a dirigentes de la huelga general que los convocaba. Uno de los participantes lo reconoció y le pidió que hablara a los obreros. Roberto accedió.
Luego escribiría: “Me recordé en ese instante, de la presencia de Cristo y de Pablo entre grupos que tenían opiniones y actuaciones muy diferentes y a veces bien opuestas a la liberación anunciada por Cristo. Vi a esta gente caminando ‘sin pastores’ y me decidí a predicarles a ‘tiempo y a destiempo’ (…) Les dije: hoy, con estas palabras sin odio, sin venganza, sin rencor, les anuncio la buena nueva que llamamos el Evangelio.”
Esa experiencia la narró en el periódico Presencia, del Movimiento Obrero de Acción Católica (MOAC). Firmó la nota como “Roberto Lebegue, sacerdote – peluquero”. Efectivamente, Roberto era sacerdote y peluquero. Había adoptado ese oficio en el campamento donde tenía su hogar.
¿Quién fue este sacerdote?
De origen francés, llegó a Chile en 1961. Fue asignado a la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de Maipú, como vicario cooperador. Muchas familias aún lo recuerdan porque inició los movimientos infantiles “Corazones valientes” y “Almas valientes”.
Estas organizaciones permitieron a muchos niños y niñas desarrollar sus potencialidades sociales y experimentar la vida en comunidad.
En 1964 fue trasladado a Conchalí y en 1966 se nacionalizó chileno. Luego, fue nombrado asesor de la JOC (Juventud Obrera Católica) y del MOAC. El Concilio Vaticano Segundo había terminado pocos años antes y la renovación de la Iglesia empezaba lentamente. Para el P. Roberto, esos cambios reafirmaron sus convicciones sociales y pastorales.
Campamento “Liberación” de Maipú
En 1969 volvió a Maipú y en 1970, con varias familias sin casa, creó el Campamento “Liberación”. Junto a su ministerio sacerdotal, ejerció el oficio de peluquero y lideró un grupo de hombres, mujeres y niños que luchaban por sus derechos. Con ellos realizó acciones para denunciar las injusticias en la comuna y para apoyar la sindicalización de los campesinos del lugar.
Son recordadas la interrupción de un acto cívico-militar que conmemoraba el “18 de septiembre” y el intento de toma del Templo Votivo en construcción. Ambos hechos le ocasionaron críticas, agravios y agresiones de parte de “distinguidos vecinos” y de otros no tan eminentes, pero más violentos.
Ya antes de esos hechos, el P. Roberto estaba en la mira de sectores conservadores y tradicionalistas de la comuna. Cuando se produjo el golpe de estado el 11 de septiembre de 1973, algunas familias lo ayudaron a conseguir asilo en la embajada de Venezuela. Cuando una patrulla militar lo fue a detener, ya había salido del país.
Exilio en Venezuela
En Venezuela vivió en un barrio popular en la ciudad de Barquisimeto. Allí organizó a la comunidad para defender sus derechos a la vivienda digna y a la salud. Su trabajo con los niños y sus familias, así como su apoyo a las luchas sociales, todavía son recordados.
Su nombre identifica una calle y una casa de acogida que recibe a hijos de cafeteros que van a estudiar a la ciudad.
Acechado por la CNI
En 1979, volvió a Chile y fue acogido por Mons. Fernando Ariztía, obispo de Copiapó. En esa diócesis sirvió en parroquias de Copiapó, Freirina y Huasco.
La defensa de los derechos humanos y la lucha por la vuelta a la democracia en Chile, le originó graves problemas con la dictadura cívico-militar.
Lo seguían, grababan sus homilías y hasta interceptaban su correspondencia. Paradójicamente, uno de esos informes de la CNI permitió conocer las cartas que envió a otros sacerdotes comprometidos en la misma causa, Guido Peeters, Mariano Puga y Pierre Dubois.
Desde el Evangelio miró el entorno social
El 23 de noviembre de 1998, a los 74 años, murió en Freirina. Su vida dejó huellas en las comunidades donde, como su maestro, fue servidor. En Copiapó llevan su nombre una fundación de desarrollo social, una calle, un centro de adultos mayores y la radioemisora “El Profeta” de Freirina, llamada así en su homenaje.
El monseñor Fernando Ariztía, en la misa de exequias, destacó su labor pastoral y social y lo llamó “Evangelio viviente”. Agregó que “él amó a Jesús y su Evangelio, desde ahí miró el entorno social, en especial a los pobres y a los niños, anunciando y denunciando todo lo que afecta y destruye la vida del hombre”. Vivió, así, las palabras que dirigió a los trabajadores en la Plaza de Maipú, en aquel lejano junio de 1970, cuando faltaban pocos meses para la elección del presidente Salvador Allende y cuando firmó su artículo como “sacerdote – peluquero”.